En los bulliciosos pasillos de los aeropuertos, se desplaza una multitud en constante movimiento. Es un espectáculo hermoso observar a personas en sus momentos de vacaciones: algunas radiantes de alegría y emoción, otras agobiadas por el comportamiento inquieto de los niños o el temor de perder su vuelo, y también están aquellos melancólicos, despidiéndose de un viaje soñado para regresar a la monotonía de la vida cotidiana.
Entre el caos y el ruido, entre las múltiples expresiones faciales, hay algunas caras que pasan desapercibidas, personas que viajan solas sin alboroto alguno. Con poco equipaje o ninguno, tan solo acompañados por una funda de ordenador y un semblante recién afeitado. Son individuos invisibles para muchos, pero si nos detenemos a observarlos detenidamente, podemos percibir el cansancio y la tristeza tras una sonrisa fingida. Son aquellos que aún no han partido pero ya anhelan volver, conscientes de que su ausencia no es en vano, sino por el bienestar de los que dejan atrás.
A las seis de la mañana, en cualquier aeropuerto, estos individuos abundan. Algunos sostienen una taza de café mientras corren hacia la puerta de embarque, otros resignados se refugian en una cerveza (sí, a esa hora) sin saber cuándo terminará su jornada. Nadie les pregunta cómo están o se detiene a entablar una conversación, son como fantasmas detrás de una pantalla. Siempre me deja una sensación extraña verlos, anhelando llegar a casa y sabiendo que no podrán compartir una cena con sus seres queridos. Un buen trabajo, un salario decente para consentir a la familia con la que apenas puedes disfrutarlo porque están ganando dinero lejos de casa. Un sacrificio desconocido o ignorado por la sociedad, ya que no llaman la atención, simplemente viven sus vidas de un aeropuerto a otro.
Las videollamadas a casa se convierten en una rutina, conscientes de que no llegarán a dar ese beso de buenas noches en persona, pero sonríes al verlos a través de la pantalla. Horas de vuelo se convierten en momentos de revisar las fotos en el teléfono, deseando que esas sonrisas se dirijan hacia ellos en el futuro, pero cuando llega ese momento, puede ser demasiado tarde, ya que han crecido y ya no anhelan ese beso de buenas noches, ya no desean celebrar su cumpleaños contigo.
Disfruta del tiempo que pasas con tus seres queridos, no te preocupes por el futuro, por el inevitable lunes que llegará. Piensa en el presente, en cada día como una oportunidad para despertar, jugar, comer y acostarte junto a aquellos con quienes has elegido compartir el resto de tus días.
Para esos fantasmas del aeropuerto, disfruta del ahora, reflexiona sobre tus elecciones diarias y decide si deseas continuar en ese camino. Y sobre todo, levántate cada día con una sonrisa sincera en el corazón, porque nunca sabes qué deparará el día; tal vez el vuelo se cancele y regreses a casa a tiempo para cenar juntos.